Si se pudiese elegir a los miembros de la familia, sin duda, Arturo Pérez Reverte sería mi primo. Probablemente, no coincidiésemos demasiado en reuniones familiares debido a sus viajes y ocupaciones, pero haría todo lo posible para que pudiéramos coincidir una vez al año en Nochebuena. Sería divertidísimo verle trinchar el pavo y oírle, al mismo tiempo, criticar cualquier disparate de nuestro absurdo sistema. Pero ni Reverte es mi primo ni siquiera he conseguido localidades, un mes y medio antes, para poder escucharle el próximo diciembre en el Niemeyer. Únicamente quedaban libres tres localidades para sillas de ruedas y la verdad es que –aunque lo haya pensado– tomar prestada la de mi suegro sería poco ético y no creo que a mi familia política le gustase demasiado. Política. Aún con cierto cabreo, por no haber conseguido las dos entradas: no sin mi maromo, por supuesto; releo y reconecto visceralmente con la crítica política que Reverte vierte de forma impulsiva, directa y certera contra la prepotencia y desvergüenza de la corrupción y la falta de realidad de al menos parte de la clase política revestida de privilegios, a pesar de las crisis pasadas, presentes y futuras. Y pienso que vuelta de tuerca será la que nos depare el destino inmediato aplicada a jubilados, funcionarios, ciudadanos que nada saben o quisieran saber de nauseabundas tarjetas black, white o grey, escoltas o coches oficiales. Me pregunto si se habrá modificado ya lo de cobrar la máxima pensión de jubilación tras permanecer siete años en el escaño, que reveo en un artículo de Reverte del año 2009. Y pienso y repienso que no hay ni un ápice de imaginación ni ganas de cambiar nada: ¿Por qué, por ejemplo, el reministro correspondiente no se estruja un poquito el cerebelo y destapa y aplica el impuesto correspondiente a los ingresos que generan la prostitución? Los pisitos francos de todas nuestras ciudades también deberían contribuir al incremento del fisco. ¿Es que no saben dónde están? Hasta las abuelas que tejen calceta lo saben. Bueno, la verdad es que miento, porque las abuelas de hoy en día ya no tejen calceta. Ojalá algún día podamos estar orgullos de nuestros políticos honrados y valientes para los que el bien común se anteponga al propio; de Reverte ya lo estamos. Brillante la iniciativa de la dirección del Niemeyer por acoger a tan ilustre invitado. No pierdo la esperanza: quizás alguien me ceda su entrada. ¡Y maldita sea mi suerte!