Autor: Carmen Nuevo

muro

Una impresión sobre la poética de José Alberto Molina Moreno (Maykel XXL)

   Jose Alberto Molina Moreno de Abarán (Murcia), nacido en abril de 1979, dice “que no sabe lo que escribe, que no sabe de etiquetas”. Lo cual denota, a mi juicio, además de una gran humildad, una gran sabiduría.

   Su escritura comenzó a inundar su vida a eso de los catorce años, “como una diversión”  y para “soltar sus demonios” y continúa escribiendo hoy en día para remover conciencias y ayudar a la gente con lo que escribe: ¡Casi nada!

   Es uno de esos escritores que, cuando se leen sus poemas, nos confirma que la poesía y la cultura no están muertas, por más que ciertos zombies pretendan cada día acabar con ella. Su poesía es sincera, es esencial, realista y surge del alma. Además, no está exenta del valor que debe poseer toda obra artística originada a partir de la llamada “Modernidad”, porque toma conciencia de la pérdida de la realidad y la redescubre sin ningún tipo de aspavientos, lo cual es de agradecer.

   “Llorar de tristeza o de alegría” porque “en el cementerio no vas a poder hacerlo”, como él mismo indica de forma directa y sin ningún tipo de rodeo, es otro de sus lemas vitales presentes en su obra artística. Y es que Alberto “se alegra de cada tropiezo, porque eso es lo que nos hace crecer como personas”.

   Entre los influjos culturales heredados señala a Robe Iniesta y a David González a quienes admira y venera desde la adolescencia y continúa haciéndolo ahora. Y después el Hip hop y así lleva media vida escribiendo de “sus movidas”.

   Rock, Hip hop, barrio y tirachinas: Imprescindible universo de cultura a pie de calle.

   En fin… Muchas gracias, Alberto, ha sido un placer descubrirte y hacer esta entrevista.

   Y a vosotros,  ahí os dejo algunos de sus poemas.

Verso Fuster

 

 

 

POBRES

Cualquier excusa me vale,

para refugiarme en soledades inventadas,

soledades inconformistas que me devoran,

soy demasiado duro a veces conmigo mismo,

me desalojo de mi sitio,

cada vez que mi interior se empeña en registrar cada pensamiento,

horas trasnochadas,

fugaces,

de olores rancios y quemas de placeres,

nunca me rendiré a los profundos desvaríos

que alberga la madrugada.

De pequeño huía de los vagabundos,

por los prejuicios de una educación exenta.

Huía de los pobres,

andrajosos que pedían por la calle.

Ahora huyo de los elegantemente vestidos,

con trajes y corbata,

con ropa de sport....

Huyo de ellos,

igual que hacía de niño,

con los pobres.

Y es que sigo haciendo lo mismo,

me siguen aterrando los pobres.

Otros pobres,

los pobres de espíritu.

 

Jose Alberto Molina Moreno

 

 

 

 

 

 

 

Jose Alberto Molina Moreno, el poeta murciano surgido de la catástrofe
Jose Alberto Molina Moreno, el poeta murciano surgido de la catástrofe

SUEÑOS (VERSIÓN AMARANTA)

Pasan los días.

unos nublados,

otros soleados,

una caricia me siega el alma,

un beso roba mis sentidos.

Te invito a un paseo estelar,

Te regalaré luces,

bonitos sonidos,

estrellas fugaces,

auroras boreales.

te llevaré por laberínticos enjambres,

escalaremos por enredaderas gigantes,

bajo un claro de luna

como si fuésemos amantes.

Mientras este paseo dure,

ocultaré mi dolor amortajado,

meteré mi rencor en una maleta,

andaré tras los pasos de un cometa.

Y luego conversaré con cualquier gato,

sentado en el pico de un tejado.

Y para cuando volvamos,

te preparo una infusión,

mientras te quedas en brazos de Morfeo.

Yo,

mientras duermes,

tejeré una tela de esperanza,

para que al despertar la tengas lista para ponértela.

 

Jose Alberto Molina Moreno

 

 

 

 

 

 

mayo fractal
La Nueva España, jueves 23 de mayo de 2019

Me atraen esos objetos geométricos llamados fractales, cuya estructura básica se repite a diferentes escalas. El término latino del que procede: “fractus” significa fracturado, fragmentado. Mayo siempre me ha parecido un mes fractal. Si pudiésemos verlo intensificado, engrandecido o, por el contrario, empequeñecido, su estructura interna seguiría siendo la misma. Tanto si nos acercamos como si nos alejamos, vemos  convencionalmente a mayo efímero y hermoso; quizás porque sea también el mes que siempre se asocia con las flores.

En mayo observamos de forma nítida la belleza pero también, como nunca, lo efímero y fragmentado y eso duele, como duele la misma pronunciación de “fractal”.

La evasión -entendida como un retorno hacia la pureza- es tan necesaria como el aire que respiramos o la misma vida, y este es un mes que incita a ello. Quiero perderme entre flores impersonales y simbólicas, entre luminosas hortensias rosadas, blancas o azules. Quiero seguir el rastro de las azaleas, pero no las que crecen en macetas, sino esas otras que se esconden bajo la sombra de los árboles. Quiero absorber el ligero aroma de las petunias, observar cómo florecen sin permiso los lirios y camelias, las dalias y alhelíes.

Me acerco, desciendo y veo cómo cada mes de mayo mi madre sonríe mientras de nuevo riega los geranios. Mayo es el mes de las ventanas abiertas y el mes en el que toca desempolvar las bicicletas. Las risas resuenan como nunca, los bocadillos comienzan a saborearse de otro modo y extrañamente el salitre comienza a percibirse en la boca. Los abuelos pasean felices cogidos del brazo y comienza a sobrar la ropa y poco queda, queda muy poco, para sumergirnos por fin bajo las olas.

Pero me alejo, porque aquello que parecía tan cierto, ya no es verdad. Veo a mayo desde arriba, geométrico, bello, pero deshumanizado y desprovisto de emoción. Mayo, numérico y matemático; mayo de cristal como una vidriera gótica. Mayo hierático como una escultura egipcia. Mayo, hiriente, pero de pie como una navaja que aún desconociese el calor de la sangre. Te miro desde arriba y desaparece el tópico y la convención. Mayo, deja de ser florido y se vuelve enigmático y fractal como un sueño truncado de lirios, camelias, dalias y alhelíes, como si sonasen acordes de un piano que el viento desprendiera desgarrando el alma.

Lo siento, pero así es como yo te veo ahora, aunque sé que alguna vez no fuiste fractal, que en ti hubo rosas de té y hasta felicidad.

sobre el futuro
La Nueva España, jueves 25 de abril de 2019

Como los grandes youtubers, Francisco Ajates, exitoso novelista de Castrillón y asiduo comentarista de mis artículos, me ha propuesto un reto: el de referirme al futuro para proyectarlo, concebirlo, colorearlo y ver en definitiva cuál es el resultado.

La verdad Kiko -así le llaman los amigos-, proyectarse hacia el futuro no resulta fácil. Cuando narramos o nos referimos al pasado, siempre hay algo a lo que agarrarse: la historia, las narraciones de nuestros mayores, los relatos de la abuela, ciertas películas… Sin embargo, cuando imaginamos el futuro además de exigir un pensamiento divergente en vez de lógico, se precisa también una conciliación previa y emocional con la posibilidad más o menos cercana, pero finalmente certera de nuestra no existencia. Desde el pasado, estamos por venir; pero desde el futuro, no regresaremos a este mundo (al menos), salvo que adoptemos una perspectiva animista o compatible con la creencia de la reencarnación. No se trata de entristecernos; pero sí de reflexionar como punto de partida, que nosotros como individuos ya no estaremos, aunque otros sí lo harán. Llegados a este punto, ya nos encontraremos en disposición de concebir el futuro como colectividad o como -prefiero este otro término- humanidad perdurable.

Estoy aún en el punto de partida, Kiko, y ya vamos más o menos hacia la mitad del artículo. Creo que tu reto va a exigir más espacio, pero no pierdas la paciencia. Generalmente nadie parte de viaje sin una maleta y este viaje hacia el futuro supone sino maleta, un cambio en los planteamientos habituales.

Quizás uno de los mayores retos del futuro sea, tras la pérdida de la realidad tal como hoy la conocemos, descubrir una nueva y establecer el papel de hombre en ella. Uno de los posibles sueños del futuro es concebir el mundo liberado del trabajo que será desarrollado íntegramente por robots humanoides o máquinas y que dejará mucho tiempo libre a una sociedad que sobrevivirá con una renta mínima básica. La civilización quizás abandone su decadencia y la naturaleza será concebida como lo fue en sus orígenes: sagrada. La música, la literatura, el arte, el redescubrimiento de la esencia humana y el reconocimiento del individuo en esa “humanidad perdurable”, será la gran actividad que liberará al hombre de su pequeñez y fragmentarismo.

Estas son solo unas pequeñas pinceladas de lo que podrá ser el mañana. En él cabrán muchas historias, que un novelista como tú desarrollará sin dificultad. Y yo relataré también alguna, pues este desafío aún no debe darse por zanjado.

frixuelos
La Nueva España, viernes 22 de febrero de 2019

Hay tardes invernales que me invitan a la lectura, al paseo con paraguas o a la introspección y, otras, en las que me apetece embadurnar la cocina de harina como si fuese el instrumento de evocación de algún ritual ancestral. La harina, los huevos, el azúcar, el bol de vidrio y la batidora manual, por supuesto, dispuestos organizadamente como piezas únicas e insustituibles de un universo constante de referencias familiar y tranquilizador, de una sabiduría adquirida heredada de la abuela que prescindía de cantidades numéricas y definidas para emplear la magia de los indefinidos. Mi abuela no hablaba de gramos, habla de pizcas y dejaba que la masa, la pasta, la mezcla “reposara” el tiempo justo y necesario hasta que en la peli en blanco y negro, John Wayne atrapaba al forajido o alguien huía despavorido y lograba salvarse del ataque de los indios. Bien es verdad que yo siempre prefería que los indios venciesen a los vaqueros, pero así eran las cosas entonces y nuestros tiempos en la cocina, que no precisaban alarmas ni robots, transcurrían demarcados por escenas de película del más genuino estilo hollywoodense.

Lo que sobre todo echo en falta de aquellos tiempos, además de obviamente a mi abuela, era el sentido del decoro entendido a la forma aristotélica o de una forma más vulgar si se prefiere. Seré una blandengue, pero en aquellas películas se veían las flechas en el pecho, pero nunca la sangre. Había muertes pero no éramos espectadores de las agonías. Había más pudor, elegancia, los puñetazos, siempre dentro de un determinado esquema mental –es cierto–, eran verosímiles y merecidos. Había educación y cordura. Uno sabía en definitiva en quién se podía confiar y a qué atenerse. Todo era lúcido, claro, apropiado, sobre todo en el instante mágico en el que se saboreaba aquel frixuelo enrollado y repleto de azúcar y mientras se fundía en el cielo de la boca.

Afortunadamente, aquel mundo tan elemental era a la vez tan sólido que aún sostiene al de hoy, a veces tan vacío y tan post-postmoderno. En el que todo se ha vuelto más que líquido, gaseoso, en el que la educación, la moralidad y la honradez ya no se premian y los bellacos campean por doquier como ídolos absurdos que no muestran remordimiento ni vergüenza por nada. Por eso embadurno la cocina de harina y pienso en mi abuela y en Aristóteles y en el frixuelo como símbolo que nos salve de tanta indecencia y estupidez.

geli
 La Nueva España, jueves 10 de enero de 2019

La muerte, la pérdida es algo duro, frío, transparente, pues tras ella pensamos, con frecuencia, que solo queda el vacío o la nada y sobre todo su transparencia.

Quizás la primera vez que pensé en la muerte fue leyendo el cuento de Blancanieves o La bella durmiente. La muerte era una manzana envenenada o pincharse con un huso en un dedo y después llegaba el reposo en un ataúd de cristal. La muerte era bella y dormía un sueño reversible, pues alguien tropezaba y, tras expulsar el trozo de manzana o tras un beso, se rompía la maldición o el encantamiento y se volvía a la vida. Pero la muerte no, no era eso.

Conocí a Geli siendo muy niña en Arnao. Era la hermana mayor de algunas de las primeras amigas que recuerdo. Y ellas, mis amigas, tenían en común con Geli la sonoridad de su risa. Todo en aquella casa de puertas abiertas era alegría y sensación de confort. Cualquiera que llegase a allí, podía sentarse en cualquier lugar, en las sillas de la cocina, en el sofá del salón al que solían llamar “leonera” o donde fuese, pues nadie era un extraño en aquella casa. Y allí, Geli aconsejaba a las pequeñas sobre cualquier cosa y si no se le hacía caso, amenazaba con dar un guantazo, y entonces me miraba y yo, como debía de poner cara de susto, solía decir riendo a continuación, que lo del guantazo era solo una broma. Qué felices erais, éramos todos de algún modo contagiados por aquel júbilo. Y tú, Geli, qué guapa, qué alta y qué fuerte eras.

Los años pasaron como los veranos, los baños en la playa y las subidas y bajadas a los pinares. Y hasta cambié de bicicleta, aquella en la que solía llegar a vuestra casa. Y crecimos, pero como amigas, vecinas y familia siempre supimos de nuestra vida y andanzas.

Geli, en tu enfermedad y en los vaivenes de la vida fuiste siempre un ejemplo. Convertías las desgracias en un juego.

Tus amigas han querido estar también hoy a tu lado. He pedido a Mercedes García Amado, una de ellas, una frase para ti, para incluir en este artículo. Y la frase es esta: “Por hilvanar a tientas en las madrugadas, la vida hecha jirones”.

Quizás no todo fuese mentira, puede que aquel ataúd transparente de los cuentos se haya convertido en una estrella de cristal que nos alumbra desde el cielo oscuro de la muerte.

alcoa
La Nueva España, sábado 29 de diciembre de 2018

Hace ya algo más de un mes de la multitudinaria manifestación en Avilés, en defensa de Alcoa y su eco aún perdura. Y perdurará mientras no se encuentre una solución que nos permita descansar este último mes del año lleno de luces.

Sin duda, hubiéramos querido otro fin de año menos incierto; pero a veces las cosas llegan de forma anunciada, otras sin anunciar, pero igualmente llegan y no queda más que sacar las fuerzas como sea y de donde sea. A veces los sueños se rompen entre árboles y adornos navideños y no entendemos por qué. Pero no podemos olvidar ni darlo por zanjado, se trate de la época del año que se trate.

Abandonar el estado de confort, arrimar el hombro, salir a la calle y reconocerse entre la gente, escuchar y también gritar con la voz de la indignación. Hubiera preferido, sin duda, una buena lectura al calor de alguna chimenea rústica y acordes de jazz. Hubiera preferido una copa burbujeante, pero aquí está ella, la cruda realidad, imponiéndose. Y no, ya no queda otra, no queda otra ¡maldita sea!

Apelo a quien se deba apelar, para que ya sea en despachos o en tribunales, ya sea en juntas directivas, ya sea en juntas generales, en comisiones de gobierno o en bailes de salón entre agenda y agenda, se resuelva y no se olvide.

Apelo en castellano, asturiano, gallego, inglés o esperanto, apelo para que se resuelva y no se olvide y no se pierda ni se ahogue el grito compartido que hace más de un mes discurrió como una lengua de lava por cada calle y cada rincón de Avilés.

Y no resignarse y no claudicar, aunque las fuerzas decaigan. Adelante, siempre adelante, avanzando en este camino a veces tan absurdo, pero siempre, siempre mirando hacia delante ya sea rumbo hacia occidente o hacia al sur pero sin dejar de mirar hacia el norte, contagiándonos siempre de la bravura de nuestro mar.

Hoy he leído una cita que Esteban Maldonado, un amigo, ha hecho de Bukowski y creo que puede ser apropiada: “Es Navidad desde finales de octubre. Las luces se encienden siempre antes, mientras que las personas son cada vez más intermitentes. Yo quiero un diciembre con las luces apagadas y con las personas encendidas.”

Pues yo quiero aún más, que las luces se enciendan, que las personas se enciendan y que no haya nada ni nadie que logre ahogar ese eco, el eco de Alcoa aun en Navidad.

La Casa
La Nueva España, miércoles 28 de Noviembre de 2018

La tarde era gris y húmeda. Había estado lloviendo sin parar desde la noche anterior. La senda por la que diariamente paseaba estaba inundada y los patos nadaban ajenos y más visibles que nunca sobre el camino encharcado.

Sin pensar demasiado salí a la calle y comencé a andar. Era festivo, no había prisa. A veces era recomendable que los pasos condujesen a algún lugar inesperado, alejarse, tomar un camino furtivo, sorprenderse con el hallazgo de lo que siempre estuvo ahí y, en lo que por alguna razón, nunca antes se había reparado.

Comenzó a granizar, opté por un atajo empinado y salí del pinar. El cielo se había vuelto negro, iluminado de vez en cuando por la luz azul de algún relámpago aún lejano afortunadamente. Deslumbrada, divisé a lo lejos un enorme tejo y más allá una casa abandonada que parecía surgida de otro mundo. Rara vez había pasado por allí, estaba próximo el cementerio, cuando el tiempo empeoraba era difícil encontrarse con nadie. Aun así me extrañó no haberme fijado antes ni en el tejo ni en la casa. Dejó de granizar; pero comenzó a llover abundantemente. Apresuré el paso, el resplandor de los relámpagos, ahora más frecuentes, se había vuelto de un rojo intenso y ahí ya, frente a mí, estaba ella, la casa, refulgiendo de entre las tinieblas, blanca y marmórea.

Un golpe de viento entreabrió una pequeña puerta herrumbrosa que guarecía el inmenso jardín. Dejó de llover y se abrió un claro en el cielo. Me acerqué a un estanque de aguas turbias y fangosas, en su centro había una escultura que, a pesar del deterioro, representaba a un niño acompañado de un perro. Sin parpadear miré de nuevo al estanque y comencé a vislumbrar imágenes de aquel mismo jardín pero en otro tiempo, un tiempo irreal pero mucho más feliz que del de ahora. Vi a una sirvienta con cofia que estaba sirviendo tres mesas en las que estaban dispuestas lo que parecía conformar una familia y a un niño vestido de marinero con un perro que corría y portaba una cometa. Comencé a oír una música lejana que parecía de los años veinte. De repente, se produjo un estruendo, miré hacia la casa, se había abierto de golpe su puerta principal. Desde el estanque, la sirvienta ahora parecía dirigirse a mí invitándome a adentrarme en la casa. Entonces huí despavorida, prometiéndome a mí misma que nunca más tomaría ese atajo y, mucho menos, la tarde noche de Halloween.

bosque
La Nueva España, 18 de octubre de 2018

El mindfulness que está tan de moda consiste, entre otras cosas, en tomar conciencia de forma intensa de lo que somos, de nuestra realidad, de nuestra vida, de la que a veces paradójicamente estamos tan alejados, pues con mucha frecuencia actuamos de forma automática con la mente totalmente alejada del instante vivido. Para mí no hay mejor práctica de ese regreso a uno mismo que la de adentrarme en el bosque.

Llega el otoño, me adentro en el bosque. Éste está en un alto, predominan las coníferas y desde aquí, si me acerco al precipicio, puede verse el mar y su bravura. La niebla lo atenaza con su manto de suspicacia; pero la suspicacia y el recelo se vaticinan vencidos desde la perspectiva que ofrece el pinar y sobre todo, como dice Theo Corona, se vence con la brisa suave del alma. Respiro hondo, percibo también el aroma del eucalipto camuflado. Adentrarse en el ser es reconocer esa multiplicidad de aromas, de esencias, de reconocimientos que aun siendo dispares conforman nuestra unidad. Y es que tal como nos enseñó Lao-Tse, la verdad de la naturaleza humana, nuestra verdad tanto colectiva como individual solo puede percibirse en la proximidad a la naturaleza, a la montaña, al bosque.

Alejarse de la ciudad y adentrarse en el bosque verde, ocre, azul contagiado de cielo, llegar al claroscuro, al sendero estrecho, solitario, oculto y desprenderse de todo lo que sobra y no nos permite avanzar como si de una mochila cargada de piedras se tratase.

Que sencillo es sentirse y saberse libres rodeados de árboles. Los árboles son una especie de hermanos que nos escuchan, podemos apoyarnos en sus troncos, en sus ramas y sentir su savia roja como si la sangre se volviese más verde y más nuestra.

Me adentro en el bosque y todo se vuelve verdad inalterable, sueño cierto, música armónica que brota bajo cada pisada en contacto con la hierba. Las flores umbrosas son perlas en cada penumbra. El corazón alcanza la lentitud imposible del torbellino y el tiempo deja de ser tiempo y extrañamente crezco mientras anochece.

Mientras anochece crezco y dejo de ser la que no soy, ya no tengo miedo aunque no sienta mis brazos ni mis piernas y aunque sepa que son más míos que nunca. En la oscuridad nace y me bautiza el rocío con un nombre desconocido y propio.

Me adentro aún más en el bosque mientras una luna nueva, surgiendo entre las nubes moradas, me renombra.