La alegría surge la mayor parte de las veces de forma inesperada. Nayem tiene los ojos negros, muy negros y una sonrisa inmensa. Nayem conoce el valor del agua y el esfuerzo que supone conseguir unas pocas gotas en el poblado de casas de adobe y de suelos ocres y pedregosos en el que vive.
Fue a finales del pasado mes de abril cuando Pili leyó en La Nueva España, mientras se tomaba un café, que un centenar de niños saharauis aún no disponían de un hogar en Asturias para pasar el verano. Tal como después me explicó Hugo, coordinador de Avilés de la Asociación Asturiana de Amigos del Pueblo Saharaui, a través del programa de “Vacaciones en Paz” se logra que los niños eludan las duras condiciones de vida de los campamentos de refugiados en el desierto argelino; pero a finales de abril, aún había muchos de esos niños que no disponían de casa. Tras la lectura, Pili habló con su hijo y ambos decidieron acoger a Nayem. No hace falta tener demasiado para ser solidario. Resulta muy fácil ser grandilocuente, con frecuencia los escritores solemos serlo; pero con eso solo no basta. Se precisa además de acción y un abrir de puertas. Si hay voluntad, siempre hay un espacio, aunque sea pequeño, para la solidaridad.
Este verano conocí a Nayem y las tardes se volvieron más luminosas, a pesar de los días de lluvia que no suelen ser nada infrecuentes en nuestra tierra.
“¿Qué es lo que más te ha gustado hasta ahora Nayem?”, le pregunto. Y él me responde que el mar. Después los acompaño al supermercado y atravesamos pasillos repletos de juguetes, chocolates, golosinas y espero que se detenga ante tanta tentación infantil pero nada, él sigue guiando el carro de la compra hasta que llega a los expositores de fruta y entonces nos mira y dice: “plátanos”, y un poco más allá se detiene junto al arroz. Y entonces pienso que deberíamos de detenernos solo ante lo esencial y quizás entonces fuésemos felices, tanto, como aparenta serlo Nayem.
La alegría surge la mayor parte de las veces de forma inesperada. Cuando este artículo se publique quizás haya que ir pensando en ir preparando la maleta de Nayem para que regrese a su auténtico hogar, donde su familia lo estará esperando, pero Nayem sabe que aquí ha dejado otra familia que espera volver a verle y que nunca olvidará el brillo de sus ojos negros ni el regalo, inmenso, de su sonrisa.
El escribir, el tener acceso a un medio de mayor o menor importancia (esto no cuenta) permite que la sensibilidad de quienes por pasión o por oficio ejercemos la escritura, acerquemos a los lectores los hechos o personas que concitan nuestro interés. Y tal cual nos han marcado, tal cual los registramos. Para la flaca memoria, para recordarnos que somos carne y alma, que todo cuanto ocurra de bueno, regular o malo a nuestro alrededor, para bien o para mal nos toca. Nos afecta porque no somos ajenos a la realidad de la vida, a su crudeza, al desarraigo que en toda consideración nos parte poniéndonos a mirar más allá de nuestras limitadas posibilidades en busca del milagro que no aparece, de la redención que continúa atada a la inicuidad que la proscribe, de la reivindicación social que continúa siendo ese útil caballito de batalla para la demagogia politiquera. Carmen Nuevo Fernández (amo su nombre) cumple al pie de la letra con el apostolado voluntario que escogió. Al dejarnos este retrato limpio de Nayem nos recuerda que el egoísmo hace nido pero en los espíritus enfermos y que en este andar por los años toca ir repartiendo lo poco o mucho de la solidaridad que nos acompaña si queremos mitigar la infelicidad que campea, casi siempre, a la intemperie…
Querido René, ¡qué bien defines la esencia del que escribe por necesidad y no por placer o por aprobación social! ¡Qué cierta la dualidad a la que aludes! Creo que ambos concebimos la palabra como refugio frente a la intemperie. Y también como brillo y belleza. Nayem es real; pero también un símbolo. El esfuerzo merece la pena y lo que se da, afortunadamente, supone muchas veces una recompensa que sin pretenderlo regresa.
Muchas gracias por la luz que arroja tu comentario.
En breve comenzaremos con la edición de un vídeo sobre tu poesía como pequeña muestra de la admiración que siento por tus palabras siempre tan bellas.
Carme gracias por compartir esta hermosa historia real, pues Nayem es un ejemplo vivo de tantos niños que como él, sufren no poder tener unas vacaciones en compañía de sus familia y vienen a conocer y buscar nuevas experiencias de Vida, en otras familias que los acogen con amor, cariño, sinceridad y hacen que su estancia sea feliz.
Muy bonito lo que haces tú, Carmen de dar a conocer y divulgar, que siempre se puede tener un corazón grandeee, como la familia que acogió a Nayem en su casa en estas vacaciones. Gracias
Creo que experiencias como estas deben ser contadas pues contribuyen, sin duda, a hacer el mundo mejor y más hermoso. Muchas gracias a ti, Adelmys por tus bellas y cariñosas palabras.
Una historia muy enternecedora de un niño que a diferencia de los que viven en el primer mundo, sabe apreciar y escoger lo que le dan. Carmen, muy bonita la historia y muy buenas personas y solidarias la familia que lo acogieron. Un gusto leer esta historia tan entrañable. Gracias
Carmen, un bonito relato para la reflexión.
Al leer tu artículo me ha venido a la memoria un viaje que hice a Méjico con mi mujer hace unos años, en el que conocimos en el Yucatán a una familia cuyos hijos tenían que recorrer al diario unos seis kilómetros a pie, atravesando un océano vegetal para acudir al colegio. Seis kilómetros de ida y seis de vuelta, prácticamente descalzos, con una pequeña mochila al hombro en la que transportaban poco más que un cuaderno y un par de lapiceros. Y lo mejor de todo, es que esos niños, lejos de sentirse desgraciados, realizaban esta hazaña todos los días con una sonrisa en los labios, y le restaban importancia mientras nos lo contaban; éste, y otros detalles de sus vidas.
A pesar de esto, mentiría si te dijese que me arrepiento de haber nacido donde lo he hecho, o de disfrutar de una vida plena, en la que puedo dar gracias por tener cubiertas las necesidades básicas y permitirme el lujo que preocuparme a veces por cosas como el lugar de vacaciones sin plaza para hospedarme, la cazadora que mejor me queda y no encuentro la talla, la reserva fallida en el restaurante de moda… Pero recordar que hay gente como Nayem, o esos niños del Yucatán, que probablemente se acuesten cada día pensando si el siguiente serán capaces de terminarlo, si no ellos seguro que alguno de los miembros de su familia, me hace pensar con tristeza en lo desequilibrada que está hoy en día la balanza de las prioridades en este mundo global del que presumimos. Y es que probablemente, para que las mías sean tan banales, tiene que haber alguien en contrapartida que se preocupe de si sus hijos tendrán algo que llevarse a la boca cuando sientan el hueco vacío en el estómago, algo tan sencillo como una pieza de fruta por la que nosotros pagamos lo que ellos ven como una fortuna inalcanzable. Y eso es lo que me parece verdaderamente injusto.
Gracias Carmen por estos artículos. Siempre haces que su significado vaya más allá que el que portan las propias palabras que lo constituyen, sin dejar a un lado la armonía cautivadora propia de todos tus relatos.
Francisco, como bien dices: la balanza está desequilibrada y somos «afortunados» de que los días transcurran aferrándonos a cosas banales y otras no tanto. Sin embargo, como ya he dicho -creo- en respuesta a otro comentario,
hay cosas que deberían modificarse tanto en el mundo de Nayem como en el nuestro. Lo que no me cabe duda es que a veces la confluencia, el choque, lo distinto, en definitiva, nos hace reflexionar y aunque lo que voy a decir suene a sentencia de un buen samaritano o en este caso samaritana: Dar, puede llegar hacernos mucho más felices que recibir. Y después de todo de eso se trata, ¿no? de ser auténticamente felices.
Muchísimas gracias por tu comentario.
Muchas gracias por tu comentario. Ciertamente, a Nayem le agradezco sobre todo hacerme reflexionar acerca de que las situaciones deberían de ser distintas en su mundo, pero también en el nuestro.
Es casi un retrato del mundo, Carmen. Traes la mirada y la sonrisa de Nayem y llega un retrato del mundo en el que millones de niños sueñan solo con plátanos y arroz y, con eso o menos, nos regalan semejante profundidad de lo esencial.
Gracias por contarnos a Nayem
Gracias, querida amiga, Raquel F., ¿qué puedo decirte sobre todo esto que tú no sepas? Admiro profundamente tu ilusionante labor y tu ímpetu dentro y fuera de UNICEF. Todo un honor tu comentario.
El escribir, el tener acceso a un medio de mayor o menor importancia (esto no cuenta) permite que la sensibilidad de quienes por pasión o por oficio ejercemos la escritura, acerquemos a los lectores los hechos o personas que concitan nuestro interés. Y tal cual nos han marcado, tal cual los registramos. Para la flaca memoria, para recordarnos que somos carne y alma, que todo cuanto ocurra de bueno, regular o malo a nuestro alrededor, para bien o para mal nos toca. Nos afecta porque no somos ajenos a la realidad de la vida, a su crudeza, al desarraigo que en toda consideración nos parte poniéndonos a mirar más allá de nuestras limitadas posibilidades en busca del milagro que no aparece, de la redención que continúa atada a la inicuidad que la proscribe, de la reivindicación social que continúa siendo ese útil caballito de batalla para la demagogia politiquera. Carmen Nuevo Fernández (amo su nombre) cumple al pie de la letra con el apostolado voluntario que escogió. Al dejarnos este retrato limpio de Nayem nos recuerda que el egoísmo hace nido pero en los espíritus enfermos y que en este andar por los años toca ir repartiendo lo poco o mucho de la solidaridad que nos acompaña si queremos mitigar la infelicidad que campea, casi siempre, a la intemperie…
Querido René, ¡qué bien defines la esencia del que escribe por necesidad y no por placer o por aprobación social! ¡Qué cierta la dualidad a la que aludes! Creo que ambos concebimos la palabra como refugio frente a la intemperie. Y también como brillo y belleza. Nayem es real; pero también un símbolo. El esfuerzo merece la pena y lo que se da, afortunadamente, supone muchas veces una recompensa que sin pretenderlo regresa.
Muchas gracias por la luz que arroja tu comentario.
En breve comenzaremos con la edición de un vídeo sobre tu poesía como pequeña muestra de la admiración que siento por tus palabras siempre tan bellas.
Admiración que es mutua, mi querida poeta hija de Asturias…
Carme gracias por compartir esta hermosa historia real, pues Nayem es un ejemplo vivo de tantos niños que como él, sufren no poder tener unas vacaciones en compañía de sus familia y vienen a conocer y buscar nuevas experiencias de Vida, en otras familias que los acogen con amor, cariño, sinceridad y hacen que su estancia sea feliz.
Muy bonito lo que haces tú, Carmen de dar a conocer y divulgar, que siempre se puede tener un corazón grandeee, como la familia que acogió a Nayem en su casa en estas vacaciones. Gracias
Creo que experiencias como estas deben ser contadas pues contribuyen, sin duda, a hacer el mundo mejor y más hermoso. Muchas gracias a ti, Adelmys por tus bellas y cariñosas palabras.
Una historia muy enternecedora de un niño que a diferencia de los que viven en el primer mundo, sabe apreciar y escoger lo que le dan. Carmen, muy bonita la historia y muy buenas personas y solidarias la familia que lo acogieron. Un gusto leer esta historia tan entrañable. Gracias
Nayem nos dio una buena lección, que será difícil de olvidar. Confío en que no tardemos mucho en volver a verlo. Gracias, Tere, por tu comentario.
Carmen, un bonito relato para la reflexión.
Al leer tu artículo me ha venido a la memoria un viaje que hice a Méjico con mi mujer hace unos años, en el que conocimos en el Yucatán a una familia cuyos hijos tenían que recorrer al diario unos seis kilómetros a pie, atravesando un océano vegetal para acudir al colegio. Seis kilómetros de ida y seis de vuelta, prácticamente descalzos, con una pequeña mochila al hombro en la que transportaban poco más que un cuaderno y un par de lapiceros. Y lo mejor de todo, es que esos niños, lejos de sentirse desgraciados, realizaban esta hazaña todos los días con una sonrisa en los labios, y le restaban importancia mientras nos lo contaban; éste, y otros detalles de sus vidas.
A pesar de esto, mentiría si te dijese que me arrepiento de haber nacido donde lo he hecho, o de disfrutar de una vida plena, en la que puedo dar gracias por tener cubiertas las necesidades básicas y permitirme el lujo que preocuparme a veces por cosas como el lugar de vacaciones sin plaza para hospedarme, la cazadora que mejor me queda y no encuentro la talla, la reserva fallida en el restaurante de moda… Pero recordar que hay gente como Nayem, o esos niños del Yucatán, que probablemente se acuesten cada día pensando si el siguiente serán capaces de terminarlo, si no ellos seguro que alguno de los miembros de su familia, me hace pensar con tristeza en lo desequilibrada que está hoy en día la balanza de las prioridades en este mundo global del que presumimos. Y es que probablemente, para que las mías sean tan banales, tiene que haber alguien en contrapartida que se preocupe de si sus hijos tendrán algo que llevarse a la boca cuando sientan el hueco vacío en el estómago, algo tan sencillo como una pieza de fruta por la que nosotros pagamos lo que ellos ven como una fortuna inalcanzable. Y eso es lo que me parece verdaderamente injusto.
Gracias Carmen por estos artículos. Siempre haces que su significado vaya más allá que el que portan las propias palabras que lo constituyen, sin dejar a un lado la armonía cautivadora propia de todos tus relatos.
Francisco, como bien dices: la balanza está desequilibrada y somos «afortunados» de que los días transcurran aferrándonos a cosas banales y otras no tanto. Sin embargo, como ya he dicho -creo- en respuesta a otro comentario,
hay cosas que deberían modificarse tanto en el mundo de Nayem como en el nuestro. Lo que no me cabe duda es que a veces la confluencia, el choque, lo distinto, en definitiva, nos hace reflexionar y aunque lo que voy a decir suene a sentencia de un buen samaritano o en este caso samaritana: Dar, puede llegar hacernos mucho más felices que recibir. Y después de todo de eso se trata, ¿no? de ser auténticamente felices.
Muchísimas gracias por tu comentario.
Me gusta… Esos niños son los que nos hacen sentir…. Pwnsar…. Muy humano…. Guapo
Muchas gracias por tu comentario. Ciertamente, a Nayem le agradezco sobre todo hacerme reflexionar acerca de que las situaciones deberían de ser distintas en su mundo, pero también en el nuestro.
Me gusta…. Esos niños si que saben lo que son las cosas, nosotros nada, nos dan lecciones en cada momento….bonito, si señor
Efectivamente, Rubén. Gracias.
Muy emotivo.
Gran sensibilidad por parte de Carmen.
Querida amiga, Encina de la Concha, muchas gracias por tu comentario y por ser siempre cómplices en esa sensibilidad.
Es casi un retrato del mundo, Carmen. Traes la mirada y la sonrisa de Nayem y llega un retrato del mundo en el que millones de niños sueñan solo con plátanos y arroz y, con eso o menos, nos regalan semejante profundidad de lo esencial.
Gracias por contarnos a Nayem
Gracias, querida amiga, Raquel F., ¿qué puedo decirte sobre todo esto que tú no sepas? Admiro profundamente tu ilusionante labor y tu ímpetu dentro y fuera de UNICEF. Todo un honor tu comentario.
A tus pies ?