Nos resistíamos a que nos abandonase el verano, la luz blanca y los días azulados. Invitados, allí, entre el Nalón y el Narcea, el tiempo se extendía verde y lanceolado como las hojas de los fresnos. De las cabañas surgía la alegría en su recibimiento como un niño que acabase de estrenar una bicicleta o un patinete.
Una lavandera blanca extraviada y precoz volaba a trompicones entre los sauces umbríos y amalgamados hasta llegar a los avellanos. La seguimos, iniciamos el camino junto al río, percibimos el aliento de la naturaleza, el olor a humedad, a tierra y barro en estado puro. Transitamos en silencio como descubridores que dejan sus huellas sintiéndose culpables de despertar el sueño enigmático de la ribera.
Percibo que la sabiduría está próxima a la verdad y la verdad siempre suele estar próxima a un río y si no que se lo pregunten a Siddhartha. Y seguimos caminando entre abedules y pienso en que por algo a los poetas videntes de la India se les llamaba “hombres del bosque” y salimos de lo oscuro y llegamos al claro, a la vida, a las risas, donde dos niños se bañan en un remanso de la corriente. El agua es verde, las piedras entre doradas y grises; se ven zapateros, brilla algún mirlo acuático y quizás cerca haya truchas o salmones.
Avanza la mañana y tras el paseo regresamos a la finca, las nubes se dispersan, se van ocultando hacia las montañas, el sol nos permite que nos vayamos fijando en las huertas: pimientos, lechugas, tomates, frambuesas…
Llegamos de nuevo, nos sentamos alrededor de la mesa. Nunca había probado una paella o ensalada como esa. Conversamos, reímos y también callamos. Son muchos los años que nos unen y no hace falta hablar demasiado. También es mucha la paz cuando se percibe que hace falta muy poco. Después brincos y saltos en la cama elástica. Y la caricia del sol despidiéndose lentamente. Damos las gracias a los anfitriones y prometemos volver el año que viene.
Quizás haya sido lo mejor del verano, percibir que la vida es un día, una caricia de sol o de brisa, apenas un soplo, el brillo del mirlo acuático sobre el agua. No sabemos nada, pero observando la naturaleza alcanzamos a comprenderlo todo.
A veces se precisa un paréntesis. No pensar en nada para alcanzar el nirvana junto a un río. A veces se precisa, para poder seguir viviendo, percibir en estado puro la felicidad, aunque dure solo un momento.
Carmen, esta vez tus palabras sí que me han llegado. Siempre lo hacen, pero en esta ocasión han calado más adentro, porque sin saberlo, o quizás sabiéndolo porque tus textos siempre tienen una potente significación, has tocado una fibra muy sensible. Adornado el significado con la intensa imagen del paisaje que describes, hay un detalle que a mí personalmente no me pasa desapercibido. Un breve instante, un solo segundo, una hora, un día entero…, no importa lo que dure el momento, si eres capaz de captarlo con uno solo de los sentidos, de percibir un aroma con los ojos cerrados, de observar en silencio una imagen evocadora, de palpar la piel de un alguien querido y pensar que es lo más suave que has tocado nunca, habrás conseguido darle una pizca de alcance a esto que pasa tan rápido a nuestro lado y que llamamos vida. Aquel que es capaz de llenar la suya con muchos de estos momentos, podrá dejar este mundo con la conciencia tranquila, sabedor de que ha sabido aprovechar y disfrutar de este Don que a veces no somos capaces de valorar
Francisco, en ese afán que tan bien describes: captar el instante, es algo en lo que creo que debemos ahondar para que la transcendencia nos acompañe a pesar de lo efímero de la existencia.
Creo que con tu comentario lo narrado gana en profundidad. Muchas gracias.
Carmen, esta vez tus palabras sí que me han llegado. Siempre lo hacen, pero en esta ocasión han calado más adentro, porque sin saberlo, o quizás sabiéndolo porque tus textos siempre tienen una potente significación, has tocado una fibra muy sensible. Adornado el significado con la intensa imagen del paisaje que describes, hay un detalle que a mí personalmente no me pasa desapercibido. Un breve instante, un solo segundo, una hora, un día entero…, no importa lo que dure el momento, si eres capaz de captarlo con uno solo de los sentidos, de percibir un aroma con los ojos cerrados, de observar en silencio una imagen evocadora, de palpar la piel de un alguien querido y pensar que es lo más suave que has tocado nunca, habrás conseguido darle una pizca de alcance a esto que pasa tan rápido a nuestro lado y que llamamos vida. Aquel que es capaz de llenar la suya con muchos de estos momentos, podrá dejar este mundo con la conciencia tranquila, sabedor de que ha sabido aprovechar y disfrutar de este Don que a veces no somos capaces de valorar
Francisco, en ese afán que tan bien describes: captar el instante, es algo en lo que creo que debemos ahondar para que la transcendencia nos acompañe a pesar de lo efímero de la existencia.
Creo que con tu comentario lo narrado gana en profundidad. Muchas gracias.