Entonces nuestros corazones tenían forma de campana y albergaban la esperanza de caramelos exóticos transportados por camellos de Oriente o renos de Laponia.
Entonces la Navidad comenzaba con el deseo de nieve que nunca llegaba, a pesar de que en mi imaginación nevase más que en los Alpes suizos o en las postales navideñas y construyese muñecos de nieve enormes con nariz de zanahoria. Pero, sobre todo, la Navidad comenzaba con la mano de mi abuela apretando la mía camino de Casa Luis en Salinas para comprar turrón de rajalmendra, frutas confitadas, piñones, almendras dulces y mazapanes.
Ya de vuelta en casa, abríamos y cerrábamos una y otra vez los enormes cajones del aparador y las puertas de las vitrinas. Todo debía de estar a punto para aquellos días: las copas, los vasos, platos hondos, llanos, la sopera de la bisabuela, las tazas para el café, las mantelerías… Todo acababa siendo tan blanco y brillante que a veces tenía que cerrar los ojos para que no me cegase.
Al caer la tarde, recolectábamos el musgo más fresco y verde y luego, tras deshacernos con rapidez de los abrigos, bufandas, guantes y gorros de lana, camuflábamos, con aquel musgo, espejos convertidos en riachuelos, a los que se asomaban pastores de plastilina esculpidos semanas atrás con toda la pulcritud posible de varias manos infantiles.
Y entonces llegaban los días felices de largos paseos, en los que el mar encrespado parecía también más blanco y helado. Subíamos, bajábamos, volvíamos a subir, y oteábamos a lo lejos como los cristales de las casas se iluminaban según avanzaba la oscuridad. Entonces corríamos para llegar pronto a casa, no podíamos perdernos nada de aquello. Abríamos la puerta y allí estaba el antiguo portal de Belén, adornos verdes, rojos dorados, las guirnaldas, el acebo, las velas, el pavo, el pescado, los platos dispuestos, los abuelos y los tíos que ya habían llegado, y a cantar villancicos y a partir el turrón. Y después de la cena, más algarabía festiva: licores para los adultos, una peli en blanco y negro de fondo que nadie veía, chocolate, mucho chocolate y a pensar en regalos. Ya faltaba muy poco para la bicicleta, el muñeco, el barco pirata, el balón, el disfraz de vaquero, un cuento de fantasmas y también: ¡quiero un cordero!…
Que lejos nos queda ya todo aquello. No sé si hoy podría considerarse un delito tanta inconsciencia, tanta felicidad. Éramos niños de los setenta y, entonces, aún creíamos que la Navidad era de verdad.
Qué suerte has tenido Carmen de tener una auténtica niñez, llena de ilusión y alegría. Al leer este relato veo la ternura de una niña disfrutando de su abuela, un hogar de confidencias y tertulias y de preparar todo para que esté listo para el resto de la familia, la Navidad es para reunirse sí, pero Navidad son todos los días del año para acordarse de tus amigos, familia y las reuniones familares para comer o cenar se pueden dar cualquier día, la excusa es juntarse, sea Navidad porque lo diga el calendario por estar en Diciembre o cualquier otro mes del año. Enhorabuena!!!
Thanks, great article.
Thank you for your comment.
Tienes una espléndida prosa que desconocía Carmen. Y una gran lucidez para contar. Un relato emocionante.
Muchas gracias por tu crítica y a ver si, en algún momento, desarrollamos algún proyecto en común, como solíamos hacer.
Un abrazo
Qué suerte has tenido Carmen de tener una auténtica niñez, llena de ilusión y alegría. Al leer este relato veo la ternura de una niña disfrutando de su abuela, un hogar de confidencias y tertulias y de preparar todo para que esté listo para el resto de la familia, la Navidad es para reunirse sí, pero Navidad son todos los días del año para acordarse de tus amigos, familia y las reuniones familares para comer o cenar se pueden dar cualquier día, la excusa es juntarse, sea Navidad porque lo diga el calendario por estar en Diciembre o cualquier otro mes del año. Enhorabuena!!!
Muchas gracias por el comentario, con el que estoy totalmente de acuerdo.