Enero avanza sin detenerse como una entidad bicéfala y contraria que celebra, no obstante, haber encontrado un sentido. Un año acaba de cerrar sus puertas, pero otras muchas se abren en este ahora multiplicado de posibilidades divergentes, en el que como todo lo que renace, al menos aparentemente, se vuelve más transparente y puro.
Las lluvias, los vientos, las inclemencias que azotan ventanas y farolas y que dejan más ligeras que nunca las ramas de los árboles convertirían este mes en una especie de período alado e inmaterial de no ser, porque también es el momento por excelencia para lanzarnos una vez más a la confusión y al consumo disfrazado de rebajas.
Y es que no nos queda otra: debemos adaptarnos a lo que sea, a lo que toque, porque ya hace tiempo que hemos dejado de ser modernos y hasta posmodernos y evolucionamos hacia el transhumanismo con paso de gigante. Y ya ni siquiera necesitamos tener memoria, para qué si Google nos alerta a través de nuestros móviles de qué ciudad visitaremos posteriormente, de cuál será nuestro próximo vuelo o de qué carece nuestra nevera…
Pero, y ¿nuestros corazones? Me pregunto si desean ser posthumanos en este enero, en este año que comienza en el que todo aún es mágico y posible. Y es que para qué sufrir más dolor o traiciones, para qué añorar lo que se ha ido, para qué sentir más efímeras emociones, para qué volver a equivocarnos, para qué percibir cada día que somos muy poco o nada y que nada depende de nosotros, para qué respirar más hondo al alcanzar por un instante la belleza. Somos tan limitados y frágiles, todo se vuelve tan incierto, tanto es de mentira…
Y, sin embargo, en esta tarde noche de enero encuentro el sentido en este paseo solitario junto a la playa, con este tiempo de perros mientras intento cerrarme el abrigo. Y pienso que enero tiene dos cabezas, que quizás fuese más pragmático que fuésemos definitivamente posthumanos, pero al ver este cielo azul oscuro amenazante tan intenso, me desdigo y al ver el blanco gélido de las torrentes olas me despienso. Y pisoteo la arena y hundo mis botas y me alcanza el agua y me siento absorbida por una lava roja. Y de nuevo en enero la pasión y la vida y no importa lo que dure o lo que duela.
Enero me mira y sonríe con sus dos cabezas. Y yo le correspondo lanzando al aire de la noche, mi sombrero.