Y de nuevo el solsticio de verano, palabra mágica, amarilla, que me inunda de luz, y me guía en el regreso al pueblo de mi infancia, Arnao, por senderos lúdicos transitados de riachuelos, Xanas, acantilados, fósiles y lagartos.
Regreso para alcanzar el reino de las pequeñas cosas, que, aún hoy, siguen siendo necesarias como pocas: la sonora carcajada de un hermano, los nombres efímeros de los perros que nos acompañaron, los pleamares rebeldes y blancos, las bicicletas oxidadas, el salitre, las cabezas empapadas por la lluvia, las carreras de caracoles o cangrejos, pan y chocolate, balones extraviados, Cenicienta o Pinocho bajo la sombra de los árboles, la canasta desvencijada, la frase mágica y prohibida, porque con ella siempre encestaba; fantasías sobre espíritus en casas grises, el canto de la tórtola en el limonero, el jugo silvestre de las moras machacadas, la brisa con aroma de manzanos…
Regresamos y, quizás antes de que comience la música, tomemos unas sidras con Susana, Javi, Begoña, Jorge. Y, ojalá, lleguemos a tiempo de escuchar el pregón único de Sonia, la de Molina, y charlar con Angelines o José Luis y María Rosa. Aunque también regresamos, por qué negarlo, para saborear pausadamente el bollo con chorizo como todos los años.
Regreso porque la luna, los astros, las llamas ascendentes se han confabulado para que la felicidad y la pérdida imperen, compartidas, durante la noche junto a la hoguera. Y cuando, por un instante, cese la algarabía, y, solo se oiga el silencio, antes de que los troncos crepiten y la oscuridad se vuelva incandescente y purificadora, también los que se han ido, regresarán a nuestros pensamientos, y, entre otros, recordaré, con cariño, a Conchita, la Peligra, alma de puertas abiertas como su casa siempre abierta para todos.
Regresamos a Arnao, desde donde quiera que estemos, en el día de la hoguera, pues, aunque estemos lejos, sabemos que los amigos, los pinares, los sanjuaninos, el canto de los grillos, el viento, nos reclaman, siempre, como parte indisociable de nosotros mismos. Acudir a la hoguera es, además, un reconocimiento de que, aunque seamos uno, también somos diversos y eso, que ya sabemos sin saberlo, lo sentimos de una forma más clara esa noche plena y perfecta en Arnao, en el pueblo.
Regreso para observar, casi amaneciendo, la armonía de las rosas iluminadas por las llamas. Y, las olas y el fuego; y las estrellas y la brisa; y el fuego y las olas.