Esperar que la "Poética" de Aristóteles se encuentre en el cajón de la mesita de una habitación compartida en cualquiera de los hospitales públicos de nuestro sistema sanitario podría parecer una idea descabellada, por más que yo lo agradeciese. Sin embargo, cuando por prescripción facultativa procede un ingreso hospitalario, no estaría de más reflexionar sobre los principios de la retórica clásica.
Si fuésemos capaces de entender el concepto clásico del decoro aristotélico, aquel que prescribe límites al comportamiento social que se considera adecuado en cada situación, entenderíamos por qué obligar durante horas a un compañero de convalecencia a escuchar los diálogos de besugos -en el mejor de los casos- del reality show de turno, emitido por una tele de esas de moneda, en una habitación transitada por el necesario personal sanitario y numerosos familiares no tan necesarios, y entre pinchazo y pinchazo, puede llegar a convertirse en una tortura inimaginable en la peor pesadilla.
Pero para ser ecuánimes y clásicos, pongámonos del otro lado, del de aquel que por falta de vida o por necesidad de huir de ella; por ausencia de cultura o por simple adicción, no pueda prescindir de oír a los variopintos personajes y personajas de pandereta televisiva ni siquiera en la habitación de un hospital. ¿Qué se podría hacer entonces? ¿Sería justo eliminar el chupete a un gorila de un zoológico que nunca hubiese conocido a su mamá biológica y gorila?
La respuesta, quizás, podríamos encontrarla en la tecnología inalámbrica; de ese modo, podrían sustituirse los ruidosos televisores para que cada uno, con su dispositivo, saciase en silencio y, con auriculares, su apetito de telebasura, y, sobre todo, sin molestar al prójimo.
No obstante, volviendo a Aristóteles, quizás resultase interesante investigar la catarsis, la purificación emocional, que operan sobre cierto auditorio las hazañas de los nuevos héroes y heroínas del arrabal, arquetipos de la ausencia de intelectualidad, adormideras, cuya función social consiste en el vaciado de las mentes. Por desgracia, no solo los individuos son susceptibles de enfermar, también lo son las sociedades en su conjunto.
Sin los ruidosos televisores en los hospitales aún podríamos sentirnos más orgullosos de nuestro sistema sanitario, que sin lugar a duda cuenta con excelentes profesionales, al menos, mientras ningún político iluminado se emperre en convertir a médicos, facultativos, especialistas y demás personal sanitario en operarios de tornillos. Eso no sería bueno para nadie.
Y también, sería bueno, por qué no, alguna "Poética" de Aristóteles en algún cajón.