Con un se canta a lo que se pierde machadiano, irrumpieron los primeros acordes de Amancio Prada, con el único acompañamiento de su guitarra, en un Valey abarrotado, una noche de perros de hace ya más de un mes. Voz, música, cadencia mágica, diamante; pronto nos hizo olvidar la lluvia que arreciaba en el exterior. Magistralmente, nos condujo de la palabra cantada a la confidencia, de la melancolía literaria de los ríos y fuentes de Rosalía, a esta otra no menor melancolía real de su padre agricultor, regando la huerta durante la noche. También a las anécdotas de París, al que acudió con veinte años, alternando la sabiduría de la Sorbona con la del Sena, guitarra en mano, mochila y vaqueros. Y cómo no sentirnos poetas de alta hierba, de la lluvia alta y pausada. Rosalía a través de Lorca, hermana en tristeza, y ambos conjurados por el cantautor berciano desde un escenario sumido casi en total oscuridad. Y elevación y alma reencarnada en el Vivo sin vivir en mí de San Juan de la Cruz, que en boca de Amancio contribuye a desvelar nítidamente el misterio del todo, la fusión de la antítesis, el hallazgo del universal; la catarsis, que devuelve a la palabra hombre su significado. En tiempos de sinrazón, sangre, barbarie; el canto profundo de Amancio se vuelve caverna de coral en la que place refugiarse, como en la emoción atemporal de Lelia Doura, en la que una noche breve, vivida intensamente, se convierte en duradera. Y el Libre te quiero del poeta García Calvo, que, sin ser de nadie, se hace tan nuestra cuando oímos su canto. Y el mundo que yo no viva, Sánchez Ferlosio, utopía púrpura y esmeralda, que todos desearíamos alcanzar antes que suene la hora. Pero ese canto, el canto de Amancio Prada, es aún más que amor, melancolía, perdida o desposesión; ante todo es un canto de necesidad y en ello, sobre todo, reside su valor. Confiemos en que podamos contemplar, en el mismo lugar, su próximo recital “La voz descalza”, en el que se atisba llamas, mística y esencia. Si existiese el paraíso en la tierra, no me cabe duda de que estaría cerca del mar o próximo al cielo, a ese cielo al que nos conduce el manantial, la voz pura y trascendente de Amancio, transmitiendo la palabra poética, alcanzando el infinito a través de su sonoridad. Y porque no se pierde a lo que se canta, te esperamos pronto de nuevo, Amancio.