Siempre me he sentido atraída por los agujeros de gusano. Por esos atajos espacio-temporales cuya morfología responde a una garganta que conecta dos extremos, a través de la cual la materia podría viajar de uno a otro lado del mismo universo o a otro distinto, en el mismo tiempo actual o en otro también distinto.
El término «agujero de gusano» fue acuñado por el físico norteamericano John Wheeler, quien en 1957 lo utilizó -y esto es más interesante- para referirse a una hermosa analogía: el universo podría concebirse como una cáscara de una manzana. Un gusano podría viajar bordeando su superficie, o bien cavando un agujero a través de ella; en este último caso, la distancia recorrida sería menor, aun consiguiendo llegar más lejos.
Hoy, desde un punto de vista científico, no se puede corroborar empíricamente la existencia de un agujero de gusano, pero a través de la literatura hemos sido afortunados, descendiendo por una gran madriguera persiguiendo a un conejo blanco con chaleco y reloj en su interior: «¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!».
Lewis Carroll, en el siglo XIX, nos condujo entre símbolos guiados por un conejo obsesionado con el paso del tiempo entre sonrisas de gatos mágicos, llaves demasiado grandes para puertas demasiado pequeñas o al revés, pócimas y pasteles mágicos o no tan mágicos, hermosos jardines, a veces algo desteñidos, y monarcas deseosos de cortar las cabezas a sus súbditos, quizá por no saber pensar...
También en el ámbito literario, maldiciendo geometrías, leyes inútiles, matemáticas locas, muchos ahondamos profundidades abisales de medusa envenenada, contagiándonos por las coordenadas de un dolor insondable con nombre de dandy, bufanda, libro nacarado y viento entre pinares... Hablo del irrepetible padre de Mortal y rosa.
Agujeros de gusano, verdades, analogías compartidas, que deberían permitirnos establecer algunos principios al menos de validez individual.
Hablo de estas cosas porque en realidad estoy hablando de otras. Este principio metodológico, existencial, lo adquirí buscando una grieta, adentrándome en los textos de ciertos autores como Millás.
Continuando con este juego mental, creo sentirme capacitada para hacer ya algunas consideraciones a modo de aforismos:
El que calcula números, se equivoca.
El que bucea en las palabras, ahonda en la verdad del número.
Y quizá lo más importante:
Soy funcionaria porque soy poeta y porque, si fuese poeta, sería funcionaria.
¿Mundos al revés? No, sólo realidades interconectadas y cosas que parecen lo que no son.
Se despide Alicia, infatigable, servidora de ustedes, y el resto para la próxima vez.