Ciertos escritores añoran alguna vez convertirse en el mago Merlín y concebir una obra que lo contenga todo: el mundo y a sí mismos, a modo de globo de aire enorme y luminoso en una tarde de tormenta. El resultado de esa utopía, como la del cultivo de las manzanas en el mar, el hallazgo de unicornios azules o de tigres verdosoamarillentos lleva, por supuesto, implícito el fracaso, aunque, en este caso, se trate de un fracaso positivo, que impulsa generalmente hacia la concepción de una nueva creación. En esas disquisiciones idealistas, inútiles ni siquiera propias de tertulia aburguesada de café literario, –sobre todo dado los tiempos que corren– me encontraba en una clínica dental frente a una reproducción de Klee en tonos bastante fríos. El juicio, perder el juicio. Perder la muela del juicio tardíamente, demasiado; hace reflexionar, además de en la pericia del cirujano que se enfrente a tamaña muela anacrónica, en el antes y el después de no se sabe muy bien qué; en un pegar el salto quijotesco, que recuerdo haber leído en Umbral; en una especie de ahora o nunca existencial, con algún sentido premonitorio en este año de conmemoración cervantina. Uno de los males de esas conmemoraciones literarias –eso sí– suele ser que todos parecemos dispuestos a espetar en los momentos más inverosímiles alguna cita, sin venir demasiado a cuento, de algún libro que jamás hemos ni leído ni visto, adquiriendo así la conmemoración en cuestión, una dimensión esperpéntica y galáctica. Yo, personalmente, cuando voy a la panadería, por ejemplo, prefiero el saludo habitual y que el pan esté en su punto de cocción. No esperaría jamás que se me abordase con alguna frase cervantina del tipo: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”. De igual modo, si fuese a cualquier oficina o administración a realizar un trámite, esperaría la resolución del asunto lo más ágilmente posible y no escuchar una disertación como: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar…” En fin, ya es la hora de que me extraigan la muela o el juicio y entro en la sala. Así que llegado este trance: “A cualquier mal, buen ánimo repara” o “que la fuerza nos acompañe” poco importa. La anestesia ya ha comenzado a hacer efecto y cierro los ojos.