La sierra y el bosque

naranjopost
La Nueva España, martes 19 de julio de 2016

Cada tarde releemos un fragmento de Tratado de armonía de Antonio Colinas. Para mi madre y para mí es un libro cabecera, de esos que nos acompañan siempre. Conocí a Antonio Colinas y a su esposa, dos seres excepcionales, en un paraje maravilloso: un castillo medieval guarecido por girasoles y naranjos silvestres. Era un día luminoso. Sucedió hace diecisiete años. De aquel hermoso paraje, del señor del castillo, del jardín de ensueño y de sus vencejos, hablaré en otro momento.
Antonio Colinas, además de un ser excepcional, es poeta, narrador, ensayista, traductor, crítico literario… y, a pesar de haber alcanzado la gloria en numerosas ocasiones: recientemente ha sido galardonado con el premio Reina Sofía de poesía Iberoamericana; es un poeta, al que los amantes de la literatura no pondremos nunca en cuarentena pues, por mucha gloria que consiga, jamás abandonará, siguiendo su propia terminología, su santidad literaria; esa esencia mística solo alcanzada por los auténticos poetas.
Encarnar la belleza en palabra, sonoridad, armonía es un don que Colinas irradia aun en silencio.
Pero volvamos a la lectura. Yo hoy he elegido como motivo de reflexión el siguiente fragmento: “Me llueven los problemas de todas las partes. ¿Qué hacer? Me he puesto a serrar leña y más leña en el bosque. ¿Qué sería de mi vida, en esta mañana, sin la sierra y el bosque?”
Por favor, que no se ofendan los ecologistas por mi elección; porque, tras alcanzar al leer el primer sentido literal de los aparentemente sencillos textos de Colinas, de forma casi inmediata, nos trasladan al plano simbólico. Entonces, la sierra deja de ser sierra y la leña deja de ser leña; lo material se vuelve espiritual y, ese último sentido, es el que nos impregna el alma y nos llena de paz.
Mi madre ha elegido otro fragmento: “La prisa es una carrera hacia la muerte. La lentitud detiene el tiempo, ensancha el instante, propaga la vida en armonía.”
Taoísmo, orientalismo, fusión de culturas y visiones o reflexión mística tan afianzada en nuestra propia esencia. Y universalidad, en definitiva, y afán de transcendencia. Iluminación e inspiración. Colinas, único, sin duda.
Y cuando acabemos este libro, ¿Qué leeremos?, me pregunta mi madre. Memorias del estanque, le respondo. Seguro que también nos gustará.
En esta tarde neblinosa, tan genuinamente cantábrica, me pregunto ¿qué sería de mí sin esta visión del mar embravecido sin esta taza de té humeante y, sobre todo, sin esta lectura de Tratado de armonía compartida?