La casa del pescador

La casa del pescador

 Sobre la poesía de Aurelio González Ovies

    Si tuviese que utilizar un único término para referirme a la poesía de Aurelio González Ovies, diría -aunque al propio autor no le gustase demasiado- que su poesía es poderosa. Poesía de la visión (que no visionaria) consigue de forma eficiente o mágica -como más se prefiera- convertir el recuerdo en presente y éste, mientras se habite en su versos, acaba revelándose como eterno.

    Leyendo a Aurelio, pues en el “yo” de sus poemas no cabe el fingimiento, suelo pensar alguna que otra vez en Gertrude Stein y en su monótona letanía mágica: “una rosa es una rosa es una rosa es una rosa” y no por el “rosa rosae” sino porque sus palabras, sus versos nos conducen a la huida, nos persuaden a concentrarnos en la palabra en su estado más primigenio y puro. Transformar la “cosa en sí” no es un ejercicio fácil sólo los grandes maestros lo logran. Es de agradecer a este “Hemingway de la poesía” (me temo que esto aún le gustará menos) que en su léxico no aparezcan “aceras”, “cervecerías”, “ascensores” o “burdeles” y sí otras como “alma”, “esperanza”, “eternidad”, “bosques”, “bueyes”, “bocadillo”, “sangre”, “melancolía” y sobre todo “Norte”, “rompeolas”, “humedad” y “mar”.

    Importa poco, -al menos eso creo- que su mirada poética sea vuelva a veces más elegíaca que neopurista, que predomine lo trascendente, que juegue con el silencio o que nos reconozcamos en algunos de sus destellos épicos como norteños, porque ante todo, palabra sobre palabra, como las gaviotas, el mar, o las cosas de la vida nos conducen a la eternidad dios alma, a través de esa mansión de la esencia que constituye la palabra poética de Aurelio González Ovies.

    Poco importa que sus versos sean heptasílabos, endecasílabos, alejandrinos o que en ellos se atisbe tímidamente el versículo, cuando el ritmo lo impone el aleteo de la brisa, el balanceo de las algas, el azul de las mareas o el moribundo corazón de algún náufrago.

    Y siento seguir contrariando con este discurso a mi querido amigo utilizando sus palabras a la inversa, apropiándome de ellas, jugando a reflejarlas en los espejos, huyendo de perseguidores, alcanzado en la noche búhos niquelados que sólo se hacen visibles una vez en nuestras vidas.

    Pero que nos vayamos, no es todo. Porque Dido resurge cada noche de sus cenizas y se hace hermosa en los acantilados y Argos se levanta y percibe cada día las caricias de un poeta o de un loco. Porque hemos descubierto que debemos venerar la humedad y nos hemos dado cuenta, a pesar de lo que hacemos, de que somos diferentes. Y sí hemos llegado al nunca y el pasado es reciente cada siempre y el hombre ha venido a ser sencillo y a instalarse aquí cobijado en la niebla, en el exilio del faro, aquí en el Norte, en tu paraíso de estrellas de carburo. Gracias a ti no nos encontraremos solos, porque sin pretenderlo, la humildad ha construido una casa con una llave tras las macetas donde curaremos las heridas de los naufragios y las espumas nos besaran como una madre, porque tu alma y tu palabra nos ha convertido en un único hombre.

    Y no la nada ya no es nada, a pesar de la luz tan breve de nuestros días, porque Aurelio nos ha construido con sus palabras una casa, la casa del pescador, una casa que en la noche a pesar de mirar a las aguas oscuras y de oler a humedad es de madera noble y su puerta siempre permanece abierta para el que desee entrar y permanecer.