En Pére-Lachaise, la sombra de la rosa surge entre los laberintos de la lluvia.
En Pére-Lachaise, el bálsamo envenenado brota como un grito ante la densa niebla de la necesidad.
Cuando los unicornios persigan, de nuevo, los senderos de los metales brillantes, las golondrinas alzarán el vuelo sobre el cloroformo.
Los príncipes, aletargados en su confusión, abandonarán la ebriedad del zafiro, y hallarán la verdad de mármol, que se oculta tras la ceguera.
Narcisos cruzarán los bosques, y, sobre la superficie pulida de las prohibiciones, contemplarán, de nuevo, la trágica muerte en los retratos.
Cuando las elipsis alcancen la altura del arco iris, y los buscatesoros nos conduzcan al lugar donde todo ha estado desde el principio,
Proust despertará del sueño de cerámicas artificiosas y de salones de té.
Como el estornino sombrío, vencerá la red púrpura del tiempo.
Los emisarios del hastío rescatarán, de nuevo, círculos mudables en interiores de cristal.
Cuando el fondo del océano inunde los crepúsculos, los pianos derramarán fluidos de perfume sobre el que llora su soledad en la vigilia.
Proust cincelará, de nuevo, sobre el aire, con iniciales de símbolos, el soplo de las cenizas, la calidez de las revelaciones.
En Pére-Lachaise, la sombra de la rosa surge entre los laberintos de la lluvia.
Cuando los mensajeros de lo inaccesible abandonen la espiral de la fiebre, el que creyó en el alcohol, y amó volúmenes y puentes, vagará, de nuevo, al caer la tarde, con marineros portadores de breviarios y de nombres de mujeres melancólicas.
En las calles, el austro se engendrará entre acordeones.
El metro seguirá el itinerario de las balandras.
Tranvías rojos detendrán el temblor de dementes cuarentenas.
Tranvías rojos atravesarán los suicidios, y fructificarán los lirios entre huracanes.
El que creyó en el alcohol avivará la llama de la girándula entre los desdichados del día y de la noche.
Se abrirán ventanas de crisálidas hacia nuevas estaciones, y, entre los desdichados del día y de la noche, los poetas saciarán, de nuevo, su sed con miel silvestre y fermentos.
Cuando los perímetros describan, de nuevo, sagradas travesías a través de los desiertos, los cultivadores de ágatas al cobijo de la intemperie nos cautivarán con sus conjuros, en las lejanas orillas, donde fluye la linfa salvaje.
Jim abandonará el sopor del sueño americano.
Jim hablará directamente con los dioses, y no será necesario el teléfono dorado de Warhol.
El licor que consumió el pájaro primitivo cubrirá la solitaria sombra del autostopista.
Los creadores del alba abandonarán geometrías calcinadas, y retornarán por abisales compuertas.
Cada noche, Jim galopará junto al ángel de las visiones, en la hora de la música.
En Pére-Lachaise, el grito surge ante la densa niebla de la necesidad.
La sombra de la rosa, la sombra de la rosa ante la densa niebla de la necesidad.