Arduo es el camino.

En los atardeceres de lo casual
la nada brilla como una caracola de plata,
y se oye al ruiseñor que canta a un ramo de lilas imaginarias.

Aún lo recuerdo.
Aún recuerdo cuando las mariposas brotaban
del deshielo con sus alas hexámetros,
huyendo de los orígenes de la entelequia.
Las notas de los instrumentos
naufragaban en la locura de la luna,
y tu elocuencia me hablaba de fuentes
y oleajes como versos.

Pero el que nunca encuentra
se guía por mapas de triángulos invisibles,
por la trayectoria púrpura de los pájaros
que habitan los templos del fuego,
donde no hay espinas blancas ni ocasos de madera
ni fraudes irregulares.

Pero arduo es el camino cuando sólo quedan
las respuestas de los ríos.
En las enredaderas de la añoranza arden
lágrimas de luz sobre el silencio de hielo.

Arduo es el camino.
Y, a través del túnel del vacío,
sólo quedan las respuestas en los ríos.